sábado, 2 de agosto de 2014

Relato: Con un ramito de adelfas

Con un ramito de adelfas




Hace cinco minutos que llevo pensando que no debería estar aquí. En vez de eso me podría haber quedado en casa viendo "Notting Hill" que, aunque parezca increíble, es la película de la semana en uno de los canales más vistos de la televisión. Para eso dicen que cada vez que reponen "Pretty Woman" las cadenas aseguran audiencia, y es que las incondicionales de las comedias románticas somos legión, y aquí estoy yo, María Rodríguez, 20 años, intentando vivir mi propia película con final feliz. He quedado con Santiago a las 17.30 en un céntrico parque de Madrid, al lado de un quiosco de bebidas y helados repleto de mesitas blancas hexagonales de plástico. Llevamos tres meses fundiendo el Messenger y el Whatsapp a mensajes, y por fin hemos decidido encontrarnos. Es raro quedar con alguien que no has visto nunca..., bueno, en las fotos del Facebook, pero tampoco tenía demasiadas. Su foto de perfil es de las de carnet y dice poco. Un chaval delgado de mirada cándida y labios finos, esbozando una media sonrisa e intentando no cerrar los ojos. El pelo castaño oscuro peinado con la raya al lado, como si acabara de hacer la primera comunión. Ya me imaginaba a su madre domando el flequillo a golpe de laca.

Rastreo mi alrededor para ver si hay alguien en las cercanías que se corresponda con el retrato robot, pero no aparece. Empiezo a lamentarme por haber llegado antes que él. Quizás esté observándome de lejos y no le llame la atención. Desde luego el tiene más fotos mías, y me parezco mucho a las que le he enviado. La única diferencia es que he tenido que recoger mi melena de leona en una coleta alta, porque en agosto el calor en Madrid es insoportable, y no quiero que al abrazarme por primera vez me encuentre sudando. Un vestido blanco hasta la rodilla con estampado de flores rosas, unas sandalias blancas y un bolsito minúsculo componen mi atuendo de hoy. Me ha costado veinte minutos vestirme porque ya llevaba quince días pensando en lo que me iba a poner, así que ha sido fácil. 

Cambio de posición en el banco en donde estoy sentada y me pregunto si tengo necesidad de pasar por estas esperas. Es la segunda vez que tengo una cita a ciegas. La primera se quedó en una conversación con un café de por medio, y no volví a saber nada de él. Imagino que no era lo que él esperaba... Después de un par de meses de duelo mis amigas me convencieron para comunicarme con un primo de una de ellas, y ahora venía la prueba de fuego... Eso si se dignaba a aparecer por allí. 

- Señorita - escucho a mis espaldas -. ¿No tendrá fuego? 

Un chaval de unos quince años se aproxima a mí con cara de cordero degollado. Busco en mi mini bolso y encuentro un mechero, a pesar de que hace un año que he dejado de fumar. Se lo doy al chico, que me lo agradece guiñando el ojo y chasqueando la lengua, como si fuera un emoticono del Whatsapp en carne y hueso. Lo veo alejarse con sus pantalones caídos y su camiseta de tirantes. Sería mucho más sencillo sí uno pudiera acercarse a alguien así, invitarle a sentarse en el banco, y charlar... Pero no, ahora hay que dar el Twitter, el Facebook, el Messenger, y cuando te quieres ver lo sabes casi todo, así que ya no hay magia en descubrirse. Sé su cumpleaños, los libros que le gustan, las pelos que ha visto, las amigas que le echan ficha en el Facebook, quién es su ex, y cómo se lleva con su familia... E imagino que él sabrá lo mismo de mí, con lo cual no sé si puedo denominar esto como una cita a ciegas.

Observo a las parejas que van ocupando sitio en la terraza en donde supuestamente vamos a tomarnos algo después de encontrarnos en este banco. Se siente impotencia al ver que una no da con la fórmula mágica del enamoramiento. Me da ganas de levantarme e interrogar a esas personas para saber qué hicieron ellas para conocerse, cómo iniciaron sus encuentros, qué les llevó a volver a quedar y por qué siguen juntas. Quizás algunas de sus recetas sean aplicables a mi situación...

De repente siento un cosquilleo que pronto se convierte en ardor en mis muslos. Una legión de hormigas gigantes han traspasado la frontera de la madera del banco para internarse en el suave territorio de mis carnes blancas. Intento quitármelas de encima a manotazos, sacudiéndome y saltando, como si danzara un ritmo africano y hubiera entrado en estado de posesión. Distorsionada por mis brincos, intuyo la imagen de un chico con camiseta blanca y un pantalón vaquero. Se acerca a mí con paso rápido, mientras yo juro en hebreo quitándome los diminutos bichos que todavía corretean por mis rodillas.

- Hola - me dice mi cita sonriendo y mostrándome una boca plagada de brackets -, siento el retraso pero me han traído mis padres hasta aquí. Normalmente vengo en metro pero hubiera llegado tarde... Me he pasado un buen rato decidiendo qué me ponía...

Asiento, arqueando las cejas, y alargo la mano para saludarle. El chico se ruboriza y la estrecha sin mirarme a los ojos. 
-¿Llevas mucho tiempo esperando? - me pregunta -. He visto que te levantabas y he pensado que quizás te ibas a marchar...
- No, no... Es que me estaba quitando unas hormigas que se habían metido por... Bueno, que me... Vamos, que no me iba... - se podía decir que había perdido parte de mi léxico en un momento.
- Pues vamos a sentarnos y nos tomamos algo. Bueno, he traído esto para ti...- y me muestra el brazo que escondía detrás de su espalda para darme con un ramo de adelfas rosas que sin lugar a dudas había arrancado del parque.
- Son de mi portal. Huelen bien y tienen un color bonito. Están en un trozo de jardín enrejado, así que los perros no pueden mearse en ese trozo.
Aquello me daba mucha más tranquilidad. Cojo las flores y le doy las gracias sin saber muy bien qué añadir...
- Vamos a sentarnos aquí un rato y nos tomamos algo. Había pensado que podíamos ir al cine a ver una película que tiene muy buena pinta.
¿Mejor que "Notting Hill"?, pienso.
- Se llama Sharknado, va de unos tornado de tiburones que asola una ciudad y tienen que matarlos a cañonazos. Es muy original.
- No lo dudo - argumento, pensando que aquella experiencia cinéfila podría dejarme secuelas graves.

Dejo las adelfas sobre una de las mesitas de plástico blanco del bar, y vuelvo a repasar las caras de las parejas que me rodeaban. Noto que algunos de ellos me miran con curiosidad, y me sonríen de manera cómplice al verme. Quizá tienen cierta empatía con nosotros y esta torpe primera cita que no termina de arrancar.
- A ver pareja, ¿qué os pongo?- pregunta muy oportunamente el camarero.
- Un batido de chocolate - le ruego, como a quien le duele la cabeza y pide paracetamol en la farmacia.
- Para mí uno de fresa, y con pajita - dice él.
El camarero arquea una ceja mientras toma la comanda y me mira fijamente durante unos segundos. Vuelve a los dos minutos y anuncia con retintín:
- Un batido de fresa con pajita para el CA-BA-LLE-RO

Sonrío cuando veo que Santiago se entrega al placer de sorber el batido, y los colores se le suben a las mejillas.
- Hay que ver cuánta envidia hay por el mundo, - dice, y suspira -. Solo porque la bebida sea rosa, ya no la puede beber un hombre... Pues no lo entiendo, es un placer inigualable sorber un batido de fresa bien fresquito... Él se lo pierde.

Y nos pusimos a hablar, y me contó que tenía un perro que se llamaba Adolfo (cosa que ya sabía por el Facebook), que a su madre no le había gustado que hubiéramos quedado, y que le encantaba mi pelo de leona de la Metro. Nos reímos unas cuantas veces, y no me invitó al batido, pero nos despedimos con un beso. Entonces descubrí lo bien que olía y lo suave que estaba... Y como colofón a la cita le propuse quedar otro día para ver la de los tiburones....



Comentario al relato
Hoy hace siete años del primer encuentro que tuve con la persona con la que comparto mi vida, mi compañero de viaje. Si bien este pequeño evento no puede ser considerado una primera cita en condiciones porque no estábamos solos, si que me ha traído a la memoria el cosquilleo de las primeras citas, y he llevado esa sensación a mi personaje, María. Me encanta preguntar a la gente cómo se conocieron, así que no dudéis en compartir. :)
Por otro lado, este relato va dedicado a mis amigos Helena, Sara, Javier, Aitor y Alberto (espero que cumpla vuestras demandas), con los que es un placer desentrañar las reglas de un nuevo juego, tomar un helado, o hacernos unas fotos estilo Matrix. Gracias por ser como sois (hexagonales).


Foto: jardinplantas.com