jueves, 16 de julio de 2015

El año sin verano (que definitivamente no es éste) ****

Los motivos por los que uno puede seleccionar un libro para leer entre los cientos que se apilan en una librería son bien variados. A veces hemos tomado nota del título por una recomendación, otras nos dejamos llevar por la estética de una portada, por el conocimiento que tengamos de un autor o autora, o por su renombre, por la temática, o simplemente por el título. "Un año sin verano", de Carlos del Amor, llegó a mí primero por su autor. Eso simplemente me hizo coger el libro y curiosearlo, ya que admiro el estilo de narras sus crónicas periodísticas, que han revolucionado sin duda la manera de contar. Ha hecho de los reportajes una pieza de arte, un artilugio, un juego de espejos que divierte al espectador al mismo tiempo que le informa. Después leí la contraportada y me encontré una fecha que me llamó la atención, ya que el 2 de agosto mi compañero de vida y yo nos vimos por primera vez. Eché entonces un vistazo al libro, leyendo algún párrafo al azar, y encontré que la historia se desarrollaba el año 2013, el año que me casé. Supuestamente ese año no iba a ver verano, pero si lo hubo, aunque llegó más tarde. Aquel libro me había suscitado curiosidad desde el minuto uno, ¿por qué no comprarlo?

Carlos del Amor nos presenta una historia llena de historias, una novela coral en el que juega con las voces de un repertorio de personajes tan humanos como el vecino de enfrente. Partiendo de lo que nos gustan los rumores de patio a casi todos, comienza a soltar un hilo del que en realidad estamos colgados nosotros desde el principio. Imagínese que encuentra un manojo de llaves que dan acceso a todas las viviendas de su bloque, y en pleno verano, con todo el vecindario en Benidorm o en Gandía. Desde este supuesto, y aunque no lo sepamos, la voz del narrador también juega con la ficción. ¿Es el propio Carlos el que lo narra o es un alter ego hecho a la medida para protegerse? Hasta la mismísima última página, y lo digo literal, todas las palabras son vitales para desentrañar este thriller de amor, traición y muerte, en el que todos los personajes tienen un papel fundamental.

Si tengo que destacar algo de la novela es que me parece que muestra un argumento interesante y bien estructurado con un lenguaje que va al grano, sin florituras, pero que consigue emocionar al lector. Consigue evocar, a través de la descripción física particularmente, aspectos que enganchan al lector a la historia. El mayor potencial está en esa voz de narrador que ha distinguido a Carlos del Amor, y que lo sigue haciendo en esta, su segunda novela. 

Otro aspecto interesante es que se trata de lo que llamó una narración envolvente, que hace que el lector se incluya dentro del juego de espiar casas y conocer vidas. El narrador no es un personaje más, sino un compañero de juegos que va abriendo puertas al lector, y mostrando las esquinas de algún as en la manga.

La mayor crítica que le puedo hacer es que le ha faltado terminar de 'atar los cordones' a la relación entre el narrador y la historia principal. Cada lector lo interpretará a su modo, eso es indudable, pero en mi caso creo que la conexión entre la experiencia vital del narrador de la historia y de las vidas que conoce en la historia están algo desmadejadas, cuando podían haberse potenciado algo más, haciendo que el lector se quedara irremediablemente preso de una historia llena de historias.

En definitiva, cuatro estrellas para este libro ideal como lectura de verano. Si os lo habéis leído, no dudéis en comentar. 

domingo, 14 de junio de 2015

Cumpliendo un sueño

Hola amigos:

hace bastante que no me paso por aquí. No he dejado de escribir, aunque ahora lo hago a un ritmo más lento de lo que quisiera. Después de estar un tiempo renqueando, por fin he logrado arrancar con una nueva novela. Estoy muy ilusionada, y expectante con lo que puedo conseguir si le pongo un poco más de empeño y trabajo (eso nunca faltará). Al mismo tiempo también voy escribiendo relatos que os iré colgando por aquí. Me encantaría poder tener vuestras opiniones para ir aprendiendo más y más.

Por el momento hoy os voy a contar algo personal que me ha llenado de emoción. Ayer tuve la oportunidad de conocer en persona a mi escritora favorita. Los que seguís el blog ya lo sabéis, porque la mencioné desde el primer post, es Rosa Montero. Ayer firmaba libros en la Feria en Madrid, y me acerqué como una niña pequeña con mi libro para que me lo firmara. No solo me dedicó el libro y me hizo hasta un dibujo, sino que pude hablar un ratito con ella. Un rato que me emocionó para toda la tarde. Admiro a Rosa como persona, por lo coherente, por lo cercana, por lo honesta, por su sensibilidad y su inteligencia. Sobre su escritura, ¿qué puedo decir yo, mera aprendiz de estos oficios? Gracias Rosa por construir universos que luego nos dejas habitar. Gracias por hacernos reír y llorar, por emocionarnos, por compartir, por los tirones de orejas y por los besos y abrazos.

Rosa, Maestra.

Rosa Montero firmando mi libro ayer en la Feria del Libro



De abuelas. Relato: Más se perdió en Cuba

                                               



Uno de los personajes recurrentes en todo lo que escribo, o en casi todo, son las abuelas. Aparecen siempre como la encarnación de la experiencia, la constancia y también la ternura. Son personajes que igual me sacan la zapatilla al protagonista, o emocionan por el cariño con el que cuidan del jilguero con el que comparten salón cada día. Las abuelas además me regalan esas frases memorables, esas que enmarcarías como las frases de Mr. Wonderful, para leerlas en los momentos adecuados, como píldoras de sabiduría que te regala la vida. Sin embargo, el modus operandi más común de mis abuelas no es el verbal. Ellas dan las lecciones con hechos, y a veces no te das cuenta de lo que te han enseñado hasta que no pasan los años y te viene a la memoria aquello que pasó aquel día y que se te pareció una mera anécdota. Dad un repaso a vuestra memoria y seguro que encontráis algún momento de estos de los que os hablo. Por si acaso, os voy a regalar uno en forma de mini-relato, y con una abuela en primer plano, quizás real, quizás ficticia, quizás una mezcla de ambas...

                                           
Imagen cortesía de Ambro. FreeDigitalPhotos.net


Más se perdió en Cuba


Aquel verano la abuela vino a quedarse unos días en nuestra casa. Normalmente venía en invierno, se quedaba un fin de semana y luego volvía al cabo del tiempo, pero aquella primavera había sido algo dura para la familia, y mi padre insistió en que pasara unos días con nosotros. La última vez que la habíamos visto había sido en el entierro del tío Marcial, un señor muy serio que yo apenas había visto un par de veces, y del cual solo guardaba el recuerdo de los grandes puñados de caramelos 'respir' que guardaba en sus bolsillos, y que no compartía con nadie. El tío era el hermano pequeño de la abuela y aquella pérdida la llenó de desconsuelo. Supimos que volvía a ser ella cuando mi padre volvió de visitarla contento porque al llegar a su casa Radió Olé se escuchaba desde la calle.

La llegada de la abuela cambiaba las rutinas de nuestra casa. Mi madre se levantaba una hora antes de lo normal para que todo estuviera limpio y listo para pasar revista; mi padre pasaba más tiempo en casa, y a mí me tocaba dormir en la habitación de mi hermana mayor, Elena, que ya había comenzado con la edad del pavo, y se enfadaba cuando por las noches le apagaba la luz mientras ella devoraba las páginas de la superpop. Además, yo me pasaba más tiempo estudiando porque sí me portaba bien me daba la propina los domingos, y en aquel entonces estaba ahorrando para comprarme una guitarra.

A pesar de que aquellos días me hacían lidiar con la repentina obsesión de mi madre por la limpieza, la comida sin sal y la coexistencia con la pelma de Elena, todo aquello era percata minuta si podía escuchar las historias de mi abuela. Las había de todos los tipos, tristes, alegres, graciosas y hasta tenebrosas, y lo que más gracia me hacia era saber que mi abuela había llegado hasta allí para contármelas. Era una superviviente de muchas cosas: del hambre, de la guerra, de viajes interminables en barco para llegar al otro lado del Atlántico, de señoras despóticas y tiranas, de una suegra que parecía el mismísimo diablo y de más de un susto de salud que le había llegado a poner al principio de ese túnel que dicen que vemos justo antes de morir. Vaya con mi abuela. Una señora de apenas un metro cincuenta y brazos y piernas rechonchas, como las mías ahora. Y allí estaba conmigo, sentada en la mesa de la cocina comiendo galletas y bebiendo té mientras me contaba por enésima vez cómo mi abuelo era el encargado de dar la alarma de bombardeos en aquel pequeño pueblo fronterizo con Francia, y como ella, con una niña pequeña y encinta de la segunda, se ganaba  la vida haciendo recados y remiendos. "¡Qué bonitos son tus años!", me decía, y yo no terminaba de entenderla del todo, o no la entendía todo lo bien que la entiendo ahora. 

Aquel verano mi abuela ya estaba mejor, pero todavía suspiraba mientras miraba por las ventanas de mi casa, y se le hacía un nudo en la garganta cuando sonaba algún bolero de esos que ponía papá en el viejo tocadiscos. Yo se lo notaba, porque cuando levantaba la mirada de los deberes y no me observaba, escudriñaba hasta el mínimo de sus gestos. Uno de ellos era que todos los días tenía la costumbre de lavar a mano su ropa interior. A mí me parecía una pérdida de tiempo teniendo lavadora en casa, pero son de esas rutinas que uno va incorporando a su día a día, y que ya no puede cambiar cuando se hace mayor. Eso, y lo de utilizar el microondas fueron sus asignaturas pendientes, porque por lo demás no había tenido problema en ir haciéndose a la vida moderna. Así que todas las tardes cogía su bote de 'Norit' y lavaba su lencería. "Así me entretengo", se excusaba. Pero una tarde que andaba ella con su colada personal escuchamos un gritito desde el salón. Mi padre y yo dimos un bote y fuimos a ver qué pasaba. "Virgen Santa, se me ha colado el anillo", nos dijo apurada. "¿Qué anillo?", preguntó mi padre. "El de boda, hijo", afirmó, mirando el lavabo desolada.

Aquel accidente desencadenó un torbellino de ideas para recuperar el anillo que ni el propio MacGyver hubiera tenido en el más complicado de sus capítulos. Más de cincuenta años de matrimonio y el anillo había sobrevivido a todo tipo de correrías, y ahora se había deslizado en el lavabo de mi casa. Era absurdo. Después de todo tipo de intentos, mi padre se dio por vencido. Todos miramos a mi abuela con preocupación, esperando su reacción. Ella cogió la prenda que había lavado, y la escurrió diciendo: "No pasa nada, más se perdió en Cuba y vinieron cantando". Acto seguido salió a la terraza a tender al sol de la tarde tarareando una coplilla.

sábado, 3 de enero de 2015

Relato. Conversaciones de reojo

- Imagínate, Pedro, me voy de viaje. Después de viente años en la empresa va y me dice el señor Izquierdo que ya me toca.

Germán cogió con sus manos regordetas la servilleta de tela blanca que tapaba su plato y arrugó un extremo para introducirlo entre cuello y camisa dejando el resto colgando a modo de babero. El bar olía a aceite frito, y a la recién servida ración de gambas a la plancha que chisporroteaba en medio de la mesa frente a la que Germán y Jacinto estaban sentados, como si fueran a jugar una partida de ajedrez. Las gambas, todas dispuestas una detrás de otra como sí fueran nadadoras de natación sincronizada curvando sus cuerpos para disponerse a saltar a la piscina.

-Pues disfrútalo Germán - le animó el otro, pellizcándose los extremos de su bigotillo, apenas una línea sobre sus gruesos labios. - Mira que yo estuve viajando unos años, y los recuerdo como los mejores de mi vida. Luego llegaron los niños, las obligaciones, y se acabó el chollo. A ver quién era el bonito que le decía a Marisa que me iba siete días a Punta Cana. Vamos, que le iba a oler a chamusquina, tú me entiendes - se sirvió un culillo de vino peleón, y advirtió que Germán ya había sacado a media docena de gambas de la alineación. Era impresionante cómo podía manejarse también con aquellas manos regordetas.

- Joder, Jacinto -espetó, todavía masticando-, lo de Punta Cana era entonces. Ahora como mucho te mandan a Londres, a París, o a Roma. Yo con esto, te advierto, me conformo. Si la cosa es que hayan contado conmigo, que ya era hora. Al fin y al cabo yo no tengo cargas familiares. Bueno, está mi madre que está como está la mujer, pero están mis hermanas, y yo, al fin y al cabo, entro y salgo cuando quiero, te advierto, que no doy cuentas a nadie ni me las piden - y volvió a abalanzarse sobre la bandeja, que ya había dejado de hacer ruido.

- A mí siempre me ha sorprendido eso..., que tú estando soltero no pudieras salir y divertirte, ya me entiendes. Fíjate que es una oportunidad de cambiar de aires. Todavía recuerdo aquella vez que se plantó Marisa en Murcia. Aquel día me vino a ver algún santo, porque estaba yo hablando con una morena za cubana imponente... Recuerdo que llevaba un vestido rosa que no dejaba ni un pliegue separado de su cuerpo, y justo voy a ir al baño y me veo a Marisa allí. Iba como un pincel, eso si, que cuando quiere deslumbra a cualquiera. Nos quedamos los dos mudos, y ya me dijo que me echaba de menos y tal. Salimos por otra puerta, y aquí paz y después gloria, ya me entiendes...-y volvió a chasquear la lengua. 

- Sí que me acuerdo de aquello, sí -dijo Germán rascándose la cabeza con la mano llena de la grasa de las gambas -, pero desde aquello ¿te la has vuelto a encontrar? 

- ¡Qué va! Ya le dije que si me veían con ella me quedaba en la calle, y ella lo entendió y me dijo que con saber donde estaba yo era suficiente, que no hacía falta ni que la llamara... Así que desde entonces libertad total, ya me entiendes...

- ¿Les pongo una ración de orejita recién hecha? - preguntó el camarero solícito, pero con un tono de voz que se asemejaba al de una bocina. Los hombres asintieron al unísono y pellizcaron simultáneamente un trozo de pan para disponerse a mojar el aceite sobrante de las desaparecidas gambas.

- Chico, no me entiendas mal, que mi Marisa es buena gente, pero uno se cansa siempre de lo mismo todos los días. Sota, caballo y rey. Y estos viajecitos eran para tirarse el pisto con las chicas.

-¿Sabes que te digo? Qué a mí me ha pillado ya en mala edad. Eso a ti te pasaba en tus tiempos mozos, cuando tenías más pelo y menos barriga. Yo ahora ya no voy a ningún lado, pero al menos que tengan el detalle, coño... Que a me iba a jubilar sin haber catado un viaje...

- Claro que sí, porque ahora que ha entrado el chiquito este, el Julián, ya sabes para quién van a ser los viajes... Es joven, tiene don de gentes... Nosotros no vamos a ver un avión, ya me entiendes. Así qué aprovéchate y saca la VISA oro, coño, que te va a criar pelusa - y rió socarronamente.

- Más generoso soy yo que tú, tío tonto. Siempre has sido más agarrado que un chotis y ahora me vas a decir que no sé gastarme lo que gano - dijo Germán, propinando un puñetazo sobre la mesa que hizo saltar del plato a la oreja recién llegada.

- Bah, no, que no quería decirte eso, pero no escatimes, joder. Guapo ya no eres, pero con dinero todo se puede conseguir, ya me entiendes...

- Si es que soy un romántico, te advierto. Yo solo he estado enamorado de una mujer, y la cosa no me salió bien porque no quiso venirse conmigo definitivamente.

- Coño, Germán. ¿Ahora me cuentas eso? Te voy a echar más vino, que se te está soltando la lengua.

- Es una historia triste, te advierto, no me gusta contarla así a la ligera - meneó la cabeza y comenzó a atacar la oreja por ambos flancos, apuró el vaso de vino, y prosiguió -. Es una persona especial, macho, no se merece cómo la han tratado.

- Vamos, que está casada - afirmó Jacinto mientras cortaba la oreja en trocitos muy pequeños.

- Pues sí, y de mucho tiempo, pero a los dos años de casarse ya nos conocimos... Llevamos juntos la tira de años...

- Pues me dejas helado, no tenía ni idea, ¿ y cómo hacéis para veros y que no se entere el otro?

- Yo las intimadades no las cuento, te advierto. Antes nos veíamos más porque su marido no paraba por casa, y ahora nos encontramos cuando ella dice que sale, que no sale..., que se viene mejor.

- A ver si les voy a tener que poner guardaespaldas a la Marisa, que ahora se ha apuntado todas las tardes al Pilates ese, que no le vale para nada, porque yo la veo igual de gorda, pero al menos está contenta - dijo Jacinto comprobando que no quedaba más vino en la botella. - ¿Y no te han pillado nunca?

- Pues hubo una vez - dijo Germán riéndose- que no se me ocurrió otra cosa que llevarla de viaje mientras su marido no estaba en casa, y nos lo encontramos. Vamos, se lo encontró ella porque yo lo vi y me fui corriendo. 

- ¡Vaya pieza que estás hecho, Germán! Con los años que hace que te conozco y la cara de bueno que tienes. Se te nota en los ojos que esa mujer te ha robado el corazón. Algo tendrás que hacer que la vida es corta. Si ella no quiere dejar a su marido, habrá que esperar a que la diñe o te vas con ella por ahí y al otro que le den, ¿no? Qué hubiera espabilado, ya me entiendes.

Se hizo un silencio. Jacinto se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y sacó una cartera de piel desgastada por el uso.

- Deja, que ya pago yo, para que veas que soy muy generoso...

Jacinto inclinó la cabeza a modo de agradecimiento y se levantó.

- Pues nada muchacho, mucha suerte con lo tuyo, - le dijo a Jacinto arqueando las cejas, y salió por la puerta del local tarareando una cancioncilla.

Germán apuró el vino que quedaba en su vaso y dejándolo de nuevo en la mesa, musitó: "Este tío es gilipollas".

Foto tomada de freedigitalphotos.net. autor: Carlos Porto

Inspirado por...
Este relato lo escribí hace unos meses en mi cuaderno azul. Cuando cojo el autobús o me estoy tomando un café, siempre escucho conversaciones a mi alrededor que podrían por sí mismas convertirse en carne de relato. En este caso no me he basado tanto en una historia que haya escuchado, en la estructura, las coletillas, y el tener información que ni siquiera los interlocutores tienen. El contexto del bar me ha dado juego para jugar con metáforas y hacer guiños al lector. Espero que os guste. Feliz 2015 lleno de páginas pellizcadas y de amables encuentros con las esquinas de las palabras.