martes, 23 de julio de 2013

Hace unos días os hablé del último libro de Rosa Montero. La vengo siguiendo desde que cayó en mis manos La Hija del Caníbal, a éste le siguieron Temblor, Historia del Rey Transparente, La Función Delta, Instrucciones para Salvar el Mundo, Lágrimas en la Lluvia y finalmente La ridícula idea de no volver a verte. Esta última novela es sorprendente por su perspectiva, combina el comentario anotado de la biografía de Marie Curie con la autobiografía y el retrato histórico-social de las últimas décadas. Como siempre, no me he podido resistir a pellizcar las esquinas de esas páginas que contienen alguna idea, frase, palabra o párrafo que me ha dejado extasiada. Y ahora que lo pienso, quizás pellizco las esquinas de las palabras en cada uno de esos pequeños actos... Creo que me voy aproximando a la idea.

Durante la semana pasada he buceado por las décadas de los años 20, 30 y 40 con Carmen Kurtz, leyendo su obra Duermen bajo las aguas. Mi historia con Carmen Kurtz es cuanto menos curiosa. De niña me encantaba leer dos de sus libros: Veva y Veva y el mar. Creo que están en casa de mis padres todavía. Eran de esos libros que me gustaba releer, revisitar, leer en voz alta, leer en voz baja, teatralizar, y volver a coger. Tanto me gustaban que se los llevé al colegio a mi profe de la E.G.B., a D. Jacinto, y se los recomendé como "lectura interesante" (si era yo inocente y atrevida por aquel entonces...).

Unos quince años después, visité la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión en Madrid con un amigo, y topé con un libro de Carmen Kurtz. Recordé aquellos buenos recuerdos lectores de mi infancia y lo compré. De vuelta a casa lo hojeé y me encontré unas cuantas notas manuscritas. Pensé que eran de su antiguo dueño, pero nada más lejos de eso, se trataban de notas escritas por la mismísima Carmen Kurtz. Las dirigía a unos amigos suyos que sin duda habían sido los destinatarios del regalo, y les comentaba en qué momentos del libro había utilizado anécdotas o vivencias que había pasado con ellos, como si se disculpara por haber hecho uso de ellos. Desde entonces este libro se ha convertido en uno de mis tesoros.

El tercer encuentro con un libro de Carmen Kurtz fue con este Duermen bajo las aguas. El año pasado pasé unos días en Zamora. A mi marido le encantan las tiendas de cosas antiguas, y allí nos topamos con una que estaba repleta. Sus estrechos pasillos estaban desbordados de viejos discos, máquinas absurdas del teletienda, botas de agua de números altos, y de muchos, muchísimos libros. Así que mientras él buscaba algún disco incunable de Mike Oldfield, yo asalté las estanterías de libros para ver si me encontraba alguno que me susurrara al oído, y ahí me encontré con Carmen Kurtz de nuevo. Así que por 4 euros me fui con el libro de hojas amarillentas a casa, y es ahora que he podido disfrutarlo.

No me importa esperar un año por un buen libro. Creo que cada escrito tiene su momento, y no se puede forzar. Quizás necesitaba leer el libro de Rosa antes que el de Carmen Kurtz, porque realmente hay un hilo conductor entre ellos. Ambos hablan de mujeres, mujeres del pasado siglo, y son las dos unas pseudo-autobiografías que me han llevado a reflexionar sobre mi condición de mujer, y sobre las mujeres que me rodean y me anteceden. Probablemente las esquinas de las palabras de ambos libros han creado en mi mente una de esas pajaritas de origami que una amiga japonesa me enseñó a hacer cuando estudiaba en Irlanda, y que aseguraba que ayudaban a los enfermos a curarse pronto y bien.

Las esquinas de las palabras han logrado un origami literario
Imagen tomada de : http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/79/Origami-crane.jpg

domingo, 21 de julio de 2013

No sé cómo te imaginarás que son las palabras. Yo me las imaginaba como nubes, empujadas por ideas, enlazadas por emociones... Algunas grandes, otras más pequeñas, poblando el cielo de la imaginación. Me las imaginaba suaves, esponjosas, mullidas, invitando a quien se topara con ellas a dejarse envolver y a soñar. Quería pensar que olían a veces dulces, otras amargas y algunas frescas, como recién salidas de una gota de rocío.

Quizás sea así, pero parece ser que las palabras también tienen esquinas. Eso lo he aprendido, como casi siempre, leyendo, leyendo a una gran maestra, a mi querida Rosa Montero y su novela La ridícula idea de no volver a verte. Y nos confiesa Rosa que "el tuétano de los libros está en las esquinas de las palabras". Así que sobrecogida por sus palabras, aquí estoy, dispuesta a ir a lo más profundo, a lo más oscuro, para encontrarme con esas esquinas, y habitar en ellas lo necesario para dar forma a los 'hijos de mi fantasía', y después mostrártelos a ti, que me lees ahora.

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