sábado, 3 de enero de 2015

Relato. Conversaciones de reojo

- Imagínate, Pedro, me voy de viaje. Después de viente años en la empresa va y me dice el señor Izquierdo que ya me toca.

Germán cogió con sus manos regordetas la servilleta de tela blanca que tapaba su plato y arrugó un extremo para introducirlo entre cuello y camisa dejando el resto colgando a modo de babero. El bar olía a aceite frito, y a la recién servida ración de gambas a la plancha que chisporroteaba en medio de la mesa frente a la que Germán y Jacinto estaban sentados, como si fueran a jugar una partida de ajedrez. Las gambas, todas dispuestas una detrás de otra como sí fueran nadadoras de natación sincronizada curvando sus cuerpos para disponerse a saltar a la piscina.

-Pues disfrútalo Germán - le animó el otro, pellizcándose los extremos de su bigotillo, apenas una línea sobre sus gruesos labios. - Mira que yo estuve viajando unos años, y los recuerdo como los mejores de mi vida. Luego llegaron los niños, las obligaciones, y se acabó el chollo. A ver quién era el bonito que le decía a Marisa que me iba siete días a Punta Cana. Vamos, que le iba a oler a chamusquina, tú me entiendes - se sirvió un culillo de vino peleón, y advirtió que Germán ya había sacado a media docena de gambas de la alineación. Era impresionante cómo podía manejarse también con aquellas manos regordetas.

- Joder, Jacinto -espetó, todavía masticando-, lo de Punta Cana era entonces. Ahora como mucho te mandan a Londres, a París, o a Roma. Yo con esto, te advierto, me conformo. Si la cosa es que hayan contado conmigo, que ya era hora. Al fin y al cabo yo no tengo cargas familiares. Bueno, está mi madre que está como está la mujer, pero están mis hermanas, y yo, al fin y al cabo, entro y salgo cuando quiero, te advierto, que no doy cuentas a nadie ni me las piden - y volvió a abalanzarse sobre la bandeja, que ya había dejado de hacer ruido.

- A mí siempre me ha sorprendido eso..., que tú estando soltero no pudieras salir y divertirte, ya me entiendes. Fíjate que es una oportunidad de cambiar de aires. Todavía recuerdo aquella vez que se plantó Marisa en Murcia. Aquel día me vino a ver algún santo, porque estaba yo hablando con una morena za cubana imponente... Recuerdo que llevaba un vestido rosa que no dejaba ni un pliegue separado de su cuerpo, y justo voy a ir al baño y me veo a Marisa allí. Iba como un pincel, eso si, que cuando quiere deslumbra a cualquiera. Nos quedamos los dos mudos, y ya me dijo que me echaba de menos y tal. Salimos por otra puerta, y aquí paz y después gloria, ya me entiendes...-y volvió a chasquear la lengua. 

- Sí que me acuerdo de aquello, sí -dijo Germán rascándose la cabeza con la mano llena de la grasa de las gambas -, pero desde aquello ¿te la has vuelto a encontrar? 

- ¡Qué va! Ya le dije que si me veían con ella me quedaba en la calle, y ella lo entendió y me dijo que con saber donde estaba yo era suficiente, que no hacía falta ni que la llamara... Así que desde entonces libertad total, ya me entiendes...

- ¿Les pongo una ración de orejita recién hecha? - preguntó el camarero solícito, pero con un tono de voz que se asemejaba al de una bocina. Los hombres asintieron al unísono y pellizcaron simultáneamente un trozo de pan para disponerse a mojar el aceite sobrante de las desaparecidas gambas.

- Chico, no me entiendas mal, que mi Marisa es buena gente, pero uno se cansa siempre de lo mismo todos los días. Sota, caballo y rey. Y estos viajecitos eran para tirarse el pisto con las chicas.

-¿Sabes que te digo? Qué a mí me ha pillado ya en mala edad. Eso a ti te pasaba en tus tiempos mozos, cuando tenías más pelo y menos barriga. Yo ahora ya no voy a ningún lado, pero al menos que tengan el detalle, coño... Que a me iba a jubilar sin haber catado un viaje...

- Claro que sí, porque ahora que ha entrado el chiquito este, el Julián, ya sabes para quién van a ser los viajes... Es joven, tiene don de gentes... Nosotros no vamos a ver un avión, ya me entiendes. Así qué aprovéchate y saca la VISA oro, coño, que te va a criar pelusa - y rió socarronamente.

- Más generoso soy yo que tú, tío tonto. Siempre has sido más agarrado que un chotis y ahora me vas a decir que no sé gastarme lo que gano - dijo Germán, propinando un puñetazo sobre la mesa que hizo saltar del plato a la oreja recién llegada.

- Bah, no, que no quería decirte eso, pero no escatimes, joder. Guapo ya no eres, pero con dinero todo se puede conseguir, ya me entiendes...

- Si es que soy un romántico, te advierto. Yo solo he estado enamorado de una mujer, y la cosa no me salió bien porque no quiso venirse conmigo definitivamente.

- Coño, Germán. ¿Ahora me cuentas eso? Te voy a echar más vino, que se te está soltando la lengua.

- Es una historia triste, te advierto, no me gusta contarla así a la ligera - meneó la cabeza y comenzó a atacar la oreja por ambos flancos, apuró el vaso de vino, y prosiguió -. Es una persona especial, macho, no se merece cómo la han tratado.

- Vamos, que está casada - afirmó Jacinto mientras cortaba la oreja en trocitos muy pequeños.

- Pues sí, y de mucho tiempo, pero a los dos años de casarse ya nos conocimos... Llevamos juntos la tira de años...

- Pues me dejas helado, no tenía ni idea, ¿ y cómo hacéis para veros y que no se entere el otro?

- Yo las intimadades no las cuento, te advierto. Antes nos veíamos más porque su marido no paraba por casa, y ahora nos encontramos cuando ella dice que sale, que no sale..., que se viene mejor.

- A ver si les voy a tener que poner guardaespaldas a la Marisa, que ahora se ha apuntado todas las tardes al Pilates ese, que no le vale para nada, porque yo la veo igual de gorda, pero al menos está contenta - dijo Jacinto comprobando que no quedaba más vino en la botella. - ¿Y no te han pillado nunca?

- Pues hubo una vez - dijo Germán riéndose- que no se me ocurrió otra cosa que llevarla de viaje mientras su marido no estaba en casa, y nos lo encontramos. Vamos, se lo encontró ella porque yo lo vi y me fui corriendo. 

- ¡Vaya pieza que estás hecho, Germán! Con los años que hace que te conozco y la cara de bueno que tienes. Se te nota en los ojos que esa mujer te ha robado el corazón. Algo tendrás que hacer que la vida es corta. Si ella no quiere dejar a su marido, habrá que esperar a que la diñe o te vas con ella por ahí y al otro que le den, ¿no? Qué hubiera espabilado, ya me entiendes.

Se hizo un silencio. Jacinto se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y sacó una cartera de piel desgastada por el uso.

- Deja, que ya pago yo, para que veas que soy muy generoso...

Jacinto inclinó la cabeza a modo de agradecimiento y se levantó.

- Pues nada muchacho, mucha suerte con lo tuyo, - le dijo a Jacinto arqueando las cejas, y salió por la puerta del local tarareando una cancioncilla.

Germán apuró el vino que quedaba en su vaso y dejándolo de nuevo en la mesa, musitó: "Este tío es gilipollas".

Foto tomada de freedigitalphotos.net. autor: Carlos Porto

Inspirado por...
Este relato lo escribí hace unos meses en mi cuaderno azul. Cuando cojo el autobús o me estoy tomando un café, siempre escucho conversaciones a mi alrededor que podrían por sí mismas convertirse en carne de relato. En este caso no me he basado tanto en una historia que haya escuchado, en la estructura, las coletillas, y el tener información que ni siquiera los interlocutores tienen. El contexto del bar me ha dado juego para jugar con metáforas y hacer guiños al lector. Espero que os guste. Feliz 2015 lleno de páginas pellizcadas y de amables encuentros con las esquinas de las palabras.